La expectación, el clima de ilusión renovada, se percibía en infinidad de detalles, y no es el menor el que el Auditorio registrase un lleno hasta la bandera. David Afkham -el redentor, el deseado, el ángel (como lleva por título la primera de las canciones de los Wesendonck Lieder)- se ponía al frente de la orquesta de la que será titular a partir de la próxima temporada después de la confirmación oficial de su nombramiento la pasada primavera. Se mascaba en el ambiente la sensación de primer concierto de una nueva época. Los músicos estaban entregados después del final feliz del cuento de hadas, y el joven director alemán de 30 años había escogido para la ocasión un programa comprometido, con obras de Schönberg, Wagner y Mahler. No es que fuese un examen o algo por el estilo, pues sencillamente la relación artística está aún por hacerse, sino más bien un acto simbólico de reafirmación, casi una fiesta.En la versión de 1949 de las Cinco piezas para orquesta, opus 16, de Schönberg, el dialogo entre orquesta y director no pudo ser más transparente. La realización musical respiró nitidez y precisión. Hasta parecía que era una de las músicas de cabecera de la agrupación, dada la atmósfera de naturalidad en la complejidad que se había creado. Para los Wesendonck-Lieder, de Wagner, en la instrumentación de Hans Werner Henze, se contaba con una cantante de extraordinaria personalidad, la contralto Natalie Stutzmann, otro ángel. Por color vocal y dominio del estilo se metió hasta las cejas en ese mundo poético que prefigura por momentos óperas tan emblemáticas como Tristán e Isolda. Afkham dirigió con espíritu concertador y la orquesta se adaptó a la propuesta, con lo que las canciones transmitieron proximidad. (Stutzmann cantará el Viaje de invierno de Schubert, en La Zarzuela el próximo 27 de enero).La segunda parte del concierto fue más discutible, al menos para este comentarista, pero el público reaccionó con indescriptible entusiasmo. La Primera, de Mahler, tuvo una lectura analítica, sosegada, detallista en la construcción, brillante. Fue un Mahler amable, bonito, al que le faltó quizás un punto de tensión, de empuje, de equilibrio entre las contradicciones. El director jugó sobre seguro en su enfoque sin riesgos. Tiempo habrá de acentuar de otra manera más incisiva. Además hay lecturas no por descafeinadas menos meritorias y hasta oportunas. En esta ocasión lo fundamental es que todo sonase lo mejor posible. Y sonó. Cuando la relación entre orquesta y director esté más asentada ya habrá ocasión de establecer otro tipo de deseos y exigencias. Lo importante ahora es constatar que los músicos están en sintonía con el ángel alemán: Der Engel, para ser exactos.
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lunes, 13 de enero de 2014
El ángel de una nueva época
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