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sábado, 11 de enero de 2014

La Belle époque

ELESPECTADOR.COM

Las monarquías, más por miedo mutuo que por discreción, sostuvieron un pacto sutil de no agresión que duró lo suficiente para que el arte y la ciencia pudieran expandir su libertad y reflejar una atmósfera insuflada de progreso.Fue en ese intervalo de esplendor donde emergieron los poetas de las rupturas: Hugo Von Hoffmanstal, Antonin Artaud George Trakl, Stefan George, André Breton. Los paradigmas de las nuevas corrientes: Freud, Jung, Wittgenstein. Los compositores del dramatismo que parecían anticipar el cataclismo que vendría a bombardear toda la calma: Wagner y sus bombos de histeria, Verdi y sus llantos populares, Tchaikovski y sus marchas de nacionalismo eslavo. La Belle époque restallaba conjunta desde Londres a Paris, embebida en la utopía al fin palpable de la libertad y el equilibrio. Los reinos sostenían el mundo entre la atmósfera de su sacralidad sin sospechar que un atentado en Sarajevo iba a quebrar la historia y hundiría a la tierra y a sus vástagos del miedo y del honor en un fango de putrefacción y sangre. Estallaba por primera vez en la historia del hombre una guerra global. Las descripciones de la decadencia sobran. Suficiente difusión tuvieron las imágenes de los rostros enmascarados para repeler la asfixia cruda por el gas mostaza, las bayonetas que arrasaban con pólvora o con filo, las trincheras extendidas por países enteros como desagües de cuerpos. Lo trascendental empezaba a fermentar los gérmenes del pesimismo. La idea romántica del hombre y su climática razón caerían en el mismo fango con sus nimbos. El hombre ahora empezaba a percibirse a sí mismo como un frágil animal siempre cercano al sadomasoquismo y al morbo. El mismo psicoanálisis ?dirigido por Freud desde el exilio? desecharía sus tesis y aceptaría una fatídica y tremenda: la del hombre siempre en búsqueda de su orgásmica autodestrucción. Nadie se atrevía a sospechar que una segunda guerra mundial vendría a exagerar los límites de la primera con todos los recursos de la extravagancia. La Belle époque seguía hundiéndose en lo que parecía una alucinación nostálgica. Un ?perro loco? llegaría ahora a conducir la bancarrota alemana hacia una furia esotérica de orgullo que bombardearía a Europa hasta hundirla más al fondo de todas las trincheras, y los hornos crematorios soplarían las cenizas de la humanidad por sus gargantas xenófobas, y las fosas guardarían los huesos de ciudades enteras, y los progresos de la ciencia convocarían su poder para inyectarles semen de caballos a las jóvenes judías, para extraer órganos y trasplantarlos sin uso de anestesia y medir la resistencia vital de los tendidos, para estudiar los efectos físicos de exposición al frio y calentar de nuevo a los cuerpos todavía vivos para comprenderlos. Fue el más horripilante de los siglos, y sucedió después de ese periodo de serenidad y de satisfacción en el que el hombre creía dominar su dimensión y sus imperios. Cien años después, el mundo supone respirar en la aparente calma de las jurisdicciones y los pactos. Simula controlar las reverberaciones de su instinto. Continúa improvisando entre la paranoia. Podemos sospecharlo todo, salvo hasta donde podemos hundirnos, decía Cioran. Un solo magnicidio, un discurso de fiebre, una azarosa conjunción de impotencias, y el tiempo puede demostrar, una vez más, las tempestades sangrientas del hombre moderno. @juandavidochoa1

 

 

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